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A tus pies

Hace unos días mis hermanas y yo encontramos una carpeta entre las cosas de mi padre. En ella, un poema que tituló “Canto a mi novia”, que rimaba como a mi padre le gustaba que rimara todo: con orden y concierto. Lo escribió un 17 de marzo de 1965, cumpleaños de Elena, su novia, que luego fue mi madre.

papá y mamá

A todos los hijos nos sorprende que nuestros padres hayan tenido una vida secreta antes de nosotros: descubrimos que se amaron como amamos nosotros, tuvieron el mismo miedo, cometieron torpezas y les acecharon temores, sembraron errores y aciertos. En esa carpeta de mi padre encontré parte de esa «vida misteriosa de mis padres antes de mí». El papel amarillo en el que lucía, vestido de fiesta, un destello de su noviazgo breve, firme y claro.

canto a mi novia

En ese “Canto a mi novia” de hoja desgastada y versos de otra época encontré la respuesta a una pregunta que me llevo haciendo años, entre amores y desamores propios y ajenos, en las historias que me contáis tantos corazones remendados, esos que, una vez cosida la última herida, volvéis -volvemos- a palpitar tímidos y quebradizos. Tal vez la revolución, en este tiempo de amores líquidos y afectos con freno y sordina, sea mostrarse sin más, sin muros ni reparos, sin dudas ni por si acasos. Tal vez las palabras con las que deberíamos firmar cada paso, en temas de corazón, sea ese “A tus pies” que mi padre escribió con mano firme.

Porque el amor es la única batalla en la que ganas cuando te rindes, donde lo que te hace fuerte es ser vulnerable. Tal vez lo que no se entrega dispuesto a la victoria sean, sin más, versos sueltos sin rima, orden ni concierto.

 

Amar sin estar enamorado

En vietnamita existen diferentes palabras para formas distintas de amar. Thich, amar con gusto. Thong, amar sin estar enamorado. Yêu, amar amorosamente. , amar con embriaguez. Mu quang, amar ciegamente. Thinh nghia, amar por gratitud. Las apunté rápido con tinta certera cuando leía Ru, de la vietnamita Kim Thuy, en un viaje literario por autoras asiáticas del que aprendí otros lenguajes, otras lógicas, otras formas de narrar.

palabras

En español sinónimo de amar es querer, que parece relegado a un papel secundario, como si fuese un sucedáneo descafeinado del deseo. Pero resulta que me gustan los actores secundarios y las tramas subyacentes, y prefiero querer más que amar: atesora un segundo significado, el de la voluntad. Tal vez «querer hacer o ser algo» sea también amar algo. El castellano entonces guarda la sorpresa de este verbo que es mitad afecto mitad decisión de profesarlo. Y aunque el diccionario me recuerda que sinónimo de amar es también desear, hoy convierto a querer en protagonista: quiero explorar con vosotros todos esos verbos vietnamitas de amor, a ver qué resulta.

El verbo amar con gusto, el de los que se saben disfrutones porque, si no gusta, ¿para qué amar? El de amar amorosamente, que conjuga mi gata en el sofá. El de amar con embriaguez, del  que ya me aburrí, pero… si es el vuestro, tranquilos, porque ¡historias hay mil! El de amar sin estar enamorado, que es el del noventa y mil por ciento del universo infinito de las cosas y personas que amo. El de amar ciegamente, que escondo debajo de una piedra, lo cambio por otro que defina amar con lucidez. El de amar con gratitud a esas personas que ya no están en tu vida, pero estuvieron y te dieron.

Nos inventaremos otra palabra para amar con libertad: cuando dejas marchar o decides ser y dejar ser. O amar con calma, que dibuja con trazos delicados el baile de los afectos: se posan donde ellos quieren por efecto de la gravedad. El de amar porque no queda más remedio: lo conjuga la buena gente que se rinde a su buen carácter y prefiere no odiar. El de amar con sensatez lo que equivocas. El de amar por amar, sin objeto ni objetivos. El de amar toda la vida, que en pasado y presente predice el futuro perfecto de personas, causas y lugares que te  ayudarán a conjugar todo lo demás.

#esencialidad

esencialidad

(Def.) Esencialidad: eso que aprenden los que meditan, los que lo han perdido todo, los que miran la naturaleza con alma de ojos abiertos, los que están cerca de cualquier final y algunos otros afortunados que lo saben desde siempre, a los cuales admiro.

Si no la entiendes, observa a los chopos blancos en invierno, a los viejos con luz en la mirada,  habitaciones vacías con encanto y a la persona amada desnuda y rendida. Sobre todo si la persona amada eres tú mismo.

 

(Del diccionario de Reyes para la buena felicidad)

Cosas que aprendí del #Ebro

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Viví muchos años de espaldas al río, y ahora me pregunto por qué, cómo pude.
Gracias a él, he aprendido
a buscar la luz
y ahora soy alguien que habla con los árboles,
que se mueve plácida,
que tiene un lugar donde perderse para encontrarse.
Me enseñó a caminar, que el mejor naranja nos lo da el atardecer,
que el cierzo no es mi enemigo
y que, en cuestión de paseantes, no hay nada escrito.
Que ninguna preocupación sobrevive al ruido del agua y que el amparo – a veces- te lo da el reflejo del cielo en todas las cosas que miras cuando te dejas llevar por los pasos, sin prisa, de este pequeño territorio mítico que es nuestro #Ebro.

#sabiduría

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Una científica descubrió que los árboles se comunican entre sí mediante sus raíces, a través de unos hongos que transmiten información. Si queremos que un bosque perdure, debería evitarse la tala de ciertos árboles, los llamados árboles «madre», encargados del cuidado de las nuevas generaciones, de contarles lo necesario para que la comunidad sobreviva.
Tolkien y yo estábamos en lo cierto, pues: los árboles hablan.
Yo no soy científica, sino poeta, y por eso me entiendo con ellos en lengua de metáforas.
Si la vida procediera narrativamente, probablemente yo viviría en un bosque nórdico y frondoso, cerca de un lago. Pero vivo en una ciudad rodeada de desierto, así que por eso corro a la ribera del Ebro a estar con ellos, a dejarles que me traten como un árbol nuevo.