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Cosas que aprendí del #Ebro

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Viví muchos años de espaldas al río, y ahora me pregunto por qué, cómo pude.
Gracias a él, he aprendido
a buscar la luz
y ahora soy alguien que habla con los árboles,
que se mueve plácida,
que tiene un lugar donde perderse para encontrarse.
Me enseñó a caminar, que el mejor naranja nos lo da el atardecer,
que el cierzo no es mi enemigo
y que, en cuestión de paseantes, no hay nada escrito.
Que ninguna preocupación sobrevive al ruido del agua y que el amparo – a veces- te lo da el reflejo del cielo en todas las cosas que miras cuando te dejas llevar por los pasos, sin prisa, de este pequeño territorio mítico que es nuestro #Ebro.

¿De un triste #bonito?

triste bonito

Alguien me dijo que el invierno era de un triste #bonito.
Me dio por pensar en para qué servirá la tristeza: está esa que desgarra, y otra, tenue, que atonta las ganas de emoción y nos lleva a un mundo de tardes de domingo y aguas mansas.

A mí las tristezas  me sacan a paseos que ordenan el caos;  puestos a estar tontones, mejor que sea en invierno, con la hoja caída y el tronco pelado, a tono con el ánimo lento.

Y la tristeza será triste, pero no siempre es fea ni inútil: que se lo pregunten a los árboles que mudan o a aquellos que, con todas sus heridas, fabricaron el mejor bálsamo.

 

#sol_de_invierno

sol de invierno

En invierno busco la caricia del sol en días de frío tranquilo: con esa luz, los chopos bailan desnudos y las ramas se dibujan con pincel en el #azul.
Qué pocos días delicados tenemos en esta ciudad de cierzo áspero, en la que cruzamos los puentes corriendo de viento o de calor.
Por eso, si sopla ese sol de invierno que acaricia el corazón, salgo de fiesta con la cámara en busca de levedad y ligereza, y pinto con los ojos las líneas de silencio que me dictan los árboles.

Ponerse hasta arriba de #azul

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Vengo de un retiro digital que me ha dejado algo de tiempo para  lo que me gusta, y para pensar sobre todas esas cosas que quiero hacer: paisajes por caminar, metas, alguna que otra batalla, sueños y mapas que dibujo en año nuevo y lanzo el tiempo en una botella llena de incertidumbre.
Me digo que todo buen viajero debe saber hacia dónde va. Allá que voy,  y marco el rumbo.
Pero también me digo que nada merece la pena si, en el mientras, pierdo el azul. El brillo. Nada merecerá la pena si dejo de ser la loca que se arrima a los árboles para ver cómo hablan con el cielo, nada habrá servido si aparco las botas que me han llevado a tantos sitios, o si guardo la alegría que tantos años me costó.
Este año quiero cantar bien alto las cosas bonitas que busco, sobre todo, en los días en que nada señala belleza ni nadie entona una canción. Quiero estirar las ramas y, por fin, tocar algo de cielo, que ya me toca, pero nada merecerá la pena si pierdo la locura que me mantiene sana, la que juega y se da un banquete de todas esas cosas llenas de #azul.

Quiero caminar ligera

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Iba a escribir sobre la contradicción del naranja tan alegre que tienen las hojas en otoño, justo antes de caer, como canto de pájaro espino. Cuando no ejercía de caminante, noviembre me comía el ánimo y la luz, que se me iban como a otro planeta. Pero cómo voy a deprimirme ahora, que no hago sino ver durante horas árboles y suelos llenos de naranja calabaza , como anunciando que la vida sigue más allá de todos los inviernos.
Me pregunto, el día que yo sea hoja y pájaro espino, cuál será mi canto al final del otoño.
Ojalá sea uno donde grite a capella  que caminé ligera: de miedos y envidias, afanes que no eran míos, corsés que me apretaban, vidas que no quería, personas que no me hacían bien, libros con los que no aprendí y batallas que nunca quise luchar.

Ojalá sea ese, dentro de muchos noviembres, mi último naranja.