Cinco minutos para explicar a un grupo de abuelas de antes cómo integrarse una semana en nuestro mundo, fue el reto que soñé apresurada entre abrazos por verlas venir del otro mundo a darse vacaciones: “las tareas de la casa son compartidas (alegría general, callé que es mentira), no deis una colleja a los críos que no es pedagogía sino peGagogía y os denuncian, os podéis divorciar pero es un rollo. Se os permite hacer cosas que no puedo poner aquí, por si lo lee gente, sin que os consideren una mala mujer (curiosidad general, risas y preguntas), sin embargo aunque todo ha cambiado nada ha cambiado, y el hombre sigue queriendo lo que quiere y la mujer pretende que quiere lo mismo pero muchas veces quiere otra cosa, o no, depende, a saber. No miréis los carteles publicitarios, pues os veréis gordas aunque no lo estéis, se llevan muy delgadas (aunque a ellos les siguen gustando las curvas) eso es para que compréis cremas que no necesitáis. Cuando trabajéis, cobraréis un sueldo (bieeen), que no os dará para mucho, pero menos os daba el vuestro. Como intentaréis llegar a todo y ser perfectas, estaréis estresadas y necesitaréis un curso de mindfulness (les dije que era como hacer
gancho, que te centra la cabeza, pero ahora por aprender tienes que pagar porque la vecina no te enseña gratis). Podéis conducir, viajar, hacer de todo, aunque necesitaréis dinero y tiempo que no tendréis, así que igual os sentís frustradas; no os preocupéis, hay libros de autoayuda que os dirán que lo importante es el amor. No veáis la tele (sentí vergüenza de explicar, a una generación que vivió una guerra, que en el telediario solamente verían a unos y otros echarse la culpa de todo e inventarse un no-problema catalán)… mejor os vais a andar, ahora las mujeres lo hacen por gusto en chándal+perlas, y no por ir lejos –de negro y en negro- a faenar. Vuestra resignación se llama hoy aceptar el ahora, y la felicidad fue, es y será una receta que tendréis que aprender solas a cocinar”.