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Vivir sin mapas

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Para vivir ya no quiero mapas; los justos aquí y allá que alerten de algún precipicio innecesario y orienten la medida de un buen botiquín. Me fabriqué una brújula con restos de errores y aciertos, y me eché a la vida con pocas intenciones: la de amar, la de intentar, la de aprender y la de escribir. Cada cual en su viaje, las suyas.
Para vivir ya no quiero mapas, me distraen del camino. Cuando me pierdo, pregunto. Cuando me canso, me paro. Cuando el alma coge frío, pido refugio. Cuando alguien se pierde, le guío. Cuando alguien se cansa, le ayudo. Cuando tengo el corazón lleno, doy refugio.
Para vivir ya no quiero mapas, porque me dan igual los puertos o los destinos, que de qué me sirve a mí llegar a ningún lado si de camino, con las prisas, los miedos o los anhelos tontos, pierdo las intenciones: la de amar, la de intentar, la de aprender, la de escribir.

Ama porque sí.

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Ama porque sí. Como quien tiene una importante misión que nadie puede saber. Como quien viste su mejor traje en un día triste. Como si fueras la única persona sabedora de abrazos. Como si tu cariño fuese la vacuna para todos los males. Amasa arrumacos para darlos calentitos recién se despierte el mundo. Practica el arte de querer, contigo mismo, para que anide en ti la alegría sin motivo. Abraza la vida como a un bebé huérfano: sin reservas. Canta a las caricias recibidas, como si fuesen un milagro, fabricando nanas para los holas y adioses del Camino. Ama porque sí.

Quiero ser recolector de amaneceres.

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Ya no quiero ser nada especial “cuando sea mayor”, ni una casa si va con hipoteca, ni coche si no lo necesito. Ya no quiero un gran sueldo si me quita el sueño, ni a nadie que me robe la salud. Ya no quiero ser la primera, y me importa un pimiento ser la última, si así disfruto más. Ya soy mayor: sólo quiero ser lo que ya soy. Quiero recordar cada día que si hay prisas, no son mías, sino herencia de un mundo que no me pertenece. Que si tengo (o no) trabajo, no soy mi trabajo. Quiero abandonarme a la vida, a la que poco le importan los mapas o los planes. Que mi hogar sea cualquier persona que necesite dar y recibir amor, del bueno, sin estrategias, ni técnicas de asertividad, ni andar poniendo límites al corazón. Quiero caminar ligera de equipaje, para no perder tiempo en gestionar cosas que no me importan. Escaparme a la soledad cuando lo necesite, y a la vuelta celebrar el abrazo. Que me ocupe el tiempo contar, de las grandezas y miserias de la vida, las primeras. Quiero levantarme cada mañana y guardar el amanecer en el corazón, donde está el infinito que atesora las veces que, pese a todo, nace el día, las ilusiones, los intentos y esperanzas. Quiero llevar todo eso en la mochila y, cuando me llegue el momento, poder decir que, en esta vida, he sido recolector de amaneceres.

Reino de Ronquidos, #CaminodeSantiago

Cierto que el #CaminodeSantiago es interiorización: te encuentras a ti mismo, conectas con la naturaleza, haces de cada peregrino tu familia, aprendes a adaptarte y la lógica del encuentro -desapego mientras dices #BuenCamino. Cierto que me abrió el corazón, sentí a un Dios diferente y hablé inglés por los codos. Cierto que aprendí ingeniería para llenar la mochila sin que pese, que unos buenos calcetines marcan la diferencia, que es tu sonrisa el maquillaje que te pone guapa, que la gente viene del otro lado del mundo para hacer lo que tú tienes al lado, y que no hay reglas, ni edad, ni condición física que prediga que serás un buen caminante. Pero hay cosas que nadie cuenta, y que hacen del Camino un lugar profundamente humano. Por ejemplo, tipos de caminantes según su ronquido: el musical (diferentes matices y tonalidades), el metrónomo (ronquido constante, estable), el escalador (y sube y sube y sube hasta hacer cima y despertar a todos), el Gran Roncador (Oh my God), el susurrador (leve como una nana),
el imprevisible, y tantos otros que hicieron de mis tapones una joya en mis oídos. Tampoco nadie te dice que tus ojos verán rutinas de higiene extrañas, ropa interior que no tienes necesidad de ver, que hay sonidos que te recordarán que no distamos tanto del mono. Que con treinta kilómetros en el cuerpo, a lo mejor eres tú el que ronca, o el que a un desconocido le ofrendas tu ropa sucia para la lavadora. Que miras, curas y tocas las ampollas del pie del otro con la misma naturalidad que rezas a un amanecer. Que todo esto no va de ser mejor ni de llegar antes, sino de ser lo que ya eres y que el #CaminodeSantiago es, tanto como un camino espiritual, el más humano entre los Reinos de Ronquidos. #BuenCamino, y #BuenRonquido.

Puentes

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El que lleva a la alegría y la vida te tiende, el que edificas a fuerza de esperanza, el que te ofrecen para huir del desaliento, el que se atreven a construir los pueblos enfrentados, el que une partes rotas de ti mismo, el que se sostiene pese a todo. El que reina en el Ebro y abraza tus pasos, para que te enamores de Zaragoza.