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La vida al revés

del reves

 

Ocurrió  cuando, en vez de mirar yo al árbol, me dejé mirar por él:  pensé en lo que sucedería si volvía todas mis preguntas del revés.
Si, en vez de andar buscando afecto, me dedico a darlo.
Si, en vez de quejarme de que algo no es bello, fabrico belleza.
Si, en vez de lamentarme de que no me entienden, aprendo a escuchar.

Si miro la vida al revés todo me resulta más sencillo.

Ahora, en días confusos, en vez de preguntarme qué quiero de la vida… me respondo qué quiere la vida de mí.

Cosas que aprendí del #Ebro

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Viví muchos años de espaldas al río, y ahora me pregunto por qué, cómo pude.
Gracias a él, he aprendido
a buscar la luz
y ahora soy alguien que habla con los árboles,
que se mueve plácida,
que tiene un lugar donde perderse para encontrarse.
Me enseñó a caminar, que el mejor naranja nos lo da el atardecer,
que el cierzo no es mi enemigo
y que, en cuestión de paseantes, no hay nada escrito.
Que ninguna preocupación sobrevive al ruido del agua y que el amparo – a veces- te lo da el reflejo del cielo en todas las cosas que miras cuando te dejas llevar por los pasos, sin prisa, de este pequeño territorio mítico que es nuestro #Ebro.

¿De un triste #bonito?

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Alguien me dijo que el invierno era de un triste #bonito.
Me dio por pensar en para qué servirá la tristeza: está esa que desgarra, y otra, tenue, que atonta las ganas de emoción y nos lleva a un mundo de tardes de domingo y aguas mansas.

A mí las tristezas  me sacan a paseos que ordenan el caos;  puestos a estar tontones, mejor que sea en invierno, con la hoja caída y el tronco pelado, a tono con el ánimo lento.

Y la tristeza será triste, pero no siempre es fea ni inútil: que se lo pregunten a los árboles que mudan o a aquellos que, con todas sus heridas, fabricaron el mejor bálsamo.

 

Ponerse hasta arriba de #azul

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Vengo de un retiro digital que me ha dejado algo de tiempo para  lo que me gusta, y para pensar sobre todas esas cosas que quiero hacer: paisajes por caminar, metas, alguna que otra batalla, sueños y mapas que dibujo en año nuevo y lanzo el tiempo en una botella llena de incertidumbre.
Me digo que todo buen viajero debe saber hacia dónde va. Allá que voy,  y marco el rumbo.
Pero también me digo que nada merece la pena si, en el mientras, pierdo el azul. El brillo. Nada merecerá la pena si dejo de ser la loca que se arrima a los árboles para ver cómo hablan con el cielo, nada habrá servido si aparco las botas que me han llevado a tantos sitios, o si guardo la alegría que tantos años me costó.
Este año quiero cantar bien alto las cosas bonitas que busco, sobre todo, en los días en que nada señala belleza ni nadie entona una canción. Quiero estirar las ramas y, por fin, tocar algo de cielo, que ya me toca, pero nada merecerá la pena si pierdo la locura que me mantiene sana, la que juega y se da un banquete de todas esas cosas llenas de #azul.

Dame un trocito de cielo

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A veces, la felicidad solo pide un trocito de cielo.

Tantos pasos andados con la vista alzada.

En días de  habitaciones cerradas y reuniones aburridas, el ojo me viaja rebelde al otro lado de la ventana. Ay, me habla, dame una miaja de agua y un poco de cielo.

Yo ya no quiero un día que no me traiga un pedazo de azul.

Recolecté amaneceres y  aprendí todo aquello que puede arreglarse cazando -aunque sea unos minutos- un trocito de cielo.