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A veces no pienso, tan solo siento

“A veces no pienso, tan solo siento; es mi manera de ser feliz (…) Ya no busco fuera lo que está dentro ni pido cuentas al porvenir” dice el rapero y poeta Sharif, hijo del cierzo y de la margen izquierda del Ebro.

Un abrazo, una sonrisa, una ola de cariño, una amiga que viste su terraza de luces para ti.

Un concierto en una noche de verano, una frase que habla para ti.

luces

Alguien que te confía, a la intemperie, su fe en ti.

Tu perro inmune al malhumor, tu gata que escala tu lomo para dormir.

El primer rayo, la última luz.

Los que ayudan en un incendio para que no se queme la esperanza. Los que cantan justicia porque sí.

El primer paseo del día, el último verso en la noche. El olor a limón. Una noche canalla a destiempo. El silencio compartido. La siesta. El bocadillo de excursión. El beso que no te esperas. El pelo recién lavado, la lavanda, el melocotón, un qué tal estás.

Un puñado de palabras sinceras que te curan.

Vivir descalza, amar descalza, escribir descalza.

Querer. Quererte. Querer quererte.

Un abrazo, una sonrisa, una ola de cariño, una amiga que viste su terraza de luces para ti.

Un concierto en una noche de verano, una frase que habla para ti.

 

Un mundo lleno de mañanas de domingo

Me gustan los árboles y las personas que estiran el cuello para avistar esperanza. Aquellos libros que hacen los días más ligeros, incluso cuando cuentan el peso del mundo. Las jornadas desnudas de prisas y las charlas, al sol, libres de enfados. Los jóvenes con ganas de luchar y los viejos con afán de aprender.

Me gustan los amaneceres llenos de posibilidades, y los atardeceres con pinceladas de buena compañía; me gusta este mundo que me invento, colmado de mañanas de domingo, que siempre me ha salvado.

La Erótica de la página

Me gusta esa luz de primera hora de la mañana en la que escribo, pienso y camino mejor, hora mágica en la que genero mundos posibles, resuelvo los imposibles y salgo a caminar la ribera. Me gustan las señoras y los señores que se visten para caminar como si fuesen a correr una maratón, aunque les apriete la camiseta. Me gustan los grupos de ciclistas que celebran su tour dominguero con risas y huevos fritos, como si volviesen de una gran victoria. Me gustan los adolescentes que comparten manta con el Ebro, los besos y un libro. Los solitarios que habitan una piedra al lado del agua, sin más afán que observar. Me gustan los niños que aprenden a ir en bici y los padres que la reaprenden para enseñarla. Me gustan las amigas que disfrutan desayunos ruidosos y perros que pasean a sus dueños por senderos y cariño. Me gustan los fotógrafos que cazan pájaros y los corredores que sortean paseantes. Me gustan los que caminan para celebrar la soledad, buscadores de silencio. Me gustan los grandes grupos de andarines que quedan junto al Ebro para avanzar rápido a la conquista del tiempo.

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Me gusta el café que me tomo en mi terraza favorita al final del paseo, y sonrío a la camarera que se acuerda de mi nombre. Me gustan las conversaciones ajenas que atrapo mientras finjo que leo, y la caricia del sol de invierno. Me gusta la pereza aquí y allá, como las flores silvestres, en ratos que no esperas. Me gusta la gente que sabe estar tranquila y hacer compañía, sin más. Me gustan los perros que me saludan como si ya me conociesen y las amigas que saben conjugar un «¿Cómo estás?». Me gusta este mundo que me invento que olvida la noche, las sombras, las dudas y puebla mis días de mañanas de domingo.

Solitarios con propósito

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El Ebro acoge a solitarios con propósito,
que salen a flirtear con el silencio
en una cita consigo mismos.

Cuando nadie los ve, hablan con el agua
o dejan que el agua les hable.

Luego vuelven a sus vidas normales,
donde yo ya no sé si son solitarios o tienen propósito alguno,
donde ya no es una mañana de domingo,
donde ya no sé si hablan
con el silencio.

Cosas que aprendí del #Ebro

cosasqueaprendidelebro

Viví muchos años de espaldas al río, y ahora me pregunto por qué, cómo pude.
Gracias a él, he aprendido
a buscar la luz
y ahora soy alguien que habla con los árboles,
que se mueve plácida,
que tiene un lugar donde perderse para encontrarse.
Me enseñó a caminar, que el mejor naranja nos lo da el atardecer,
que el cierzo no es mi enemigo
y que, en cuestión de paseantes, no hay nada escrito.
Que ninguna preocupación sobrevive al ruido del agua y que el amparo – a veces- te lo da el reflejo del cielo en todas las cosas que miras cuando te dejas llevar por los pasos, sin prisa, de este pequeño territorio mítico que es nuestro #Ebro.

#sol_de_invierno

sol de invierno

En invierno busco la caricia del sol en días de frío tranquilo: con esa luz, los chopos bailan desnudos y las ramas se dibujan con pincel en el #azul.
Qué pocos días delicados tenemos en esta ciudad de cierzo áspero, en la que cruzamos los puentes corriendo de viento o de calor.
Por eso, si sopla ese sol de invierno que acaricia el corazón, salgo de fiesta con la cámara en busca de levedad y ligereza, y pinto con los ojos las líneas de silencio que me dictan los árboles.