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Queríamos ser árboles

IMG_2747“Queríamos ser árboles: así de calladas, así de quietas. Ser ramas para que el viento fuera lo único que nos sacudiera y no tener que preocuparnos nada más que por la intensidad de las lluvias”.  El fragmento es de Sara Jaramillo Klinkert en la novela Cómo maté a mi padre, crónica de supervivencia familiar al asesinato de su padre a cargo de unos sicarios en Colombia. A lo largo de las páginas el duelo se desnuda diferente en cada uno de los que quedaron. Sara lo cuenta bello, lo escribe sincero y el libro vuela poético. “Pero cuando soplaba el sopor tibio del final de la mañana, abríamos otra vez los ojos y nos dábamos cuenta de que nada había cambiado, de que seguíamos siendo las mismas dos mujeres intentando ser fuertes”, dice.

Queríamos ser árboles.

Conocí una chica que, cuando entraba en pánico, paraba el tiempo y se ponía de cuclillas, de repente.  Manos en los oídos, ojos cerrados, sentidos desactivados. Se hacía avestruz. Inmutable a lo que hiciéramos o dijéramos para sacarla de su concha improvisada. Había desarrollado con los años ese método infalible para que el mundo la dejase en paz. La joven tenía síndrome Down, trabajábamos en un centro ocupacional y vi muchos otros mecanismos de defensa ante lo que nos resulta insoportable. En las noches de confinamiento me acordaba de esa chica avestruz y las dos mujeres árboles, y yo también me volví  avestruz y árbol a ratos, porque lo terrible hay que beberlo a sorbos pequeños. Replegaba las ramas temprano; apagada la realidad y encogida en la cama, buscaba consuelo y libertad al calor de un libro.

Queríamos ser árboles.

“A veces, también hay lugar para las cosas hermosas. Y para las personas, como mi madre, capaces de crear bosques a sabiendas de que ni siquiera le alcanzará la vida para disfrutarlos” dice la autora de su madre, cuando ésta decide  vivir en el campo y fabricarse el bosque. Salvarse.

Queríamos ser árboles.

En los naufragios, cada uno nos salvamos a nuestra manera. Cada cual busca anclas en el sitio más insospechado. Encontramos norte debajo de las piedras. En los afectos, la belleza,  un río, un recuerdo, una ilusión, una sensación, una oración. En un beso. En amasar pan y tiempo. En el baile. En las palabras. En las historias. Mejor tener trucos varios y sacar de la chistera el que mejor convenga.

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