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Las diosas que hay en ti

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Hay tantas diosas en ti: la que protege, la que lucha, la que seduce, la que reina, la que organiza, la que resuelve, la que ríe, la que genera mundos posibles e imposibles, la que muere viviendo, la que vive incluso cuando sobrevive, la que aprueba con nota el día a día y sonríe cum laude.
La que llora, la que cuida, la que se vuelve mujer de adolescente, y adolescente siendo mujer. La que vive aventuras, la que elige la calma, la que no sabe ser madre y, cuando aprende, ya no sabe dejar de serlo. La que no quiere ser mamá. La que ama a sus hijos añorando una vida libre. La que todo le sale mal, aunque le salga todo bien. La que elige el olvido, la que ya no vive sino de recuerdos. La que, al final, acepta lo que venga.
La que no le queda otra que convertirse en otra, la que hay días que se rinde, la que esconde a los que ama la fealdad del mundo, la que opta por querer verse guapa pese a todo, la que baila porque le gusta, aunque nadie la elija reina de ningún baile. La que llaman puta, ¡como si esa palabra albergara todos los males del mundo!

Ojalá pudiera sentar en la hierba todas las diosas que te habitan, a veces todas a la vez, para escuchar juntas la nana que la madre tierra tiene para ti.
(Ilustración de Sabina Blasco)

Vivir sin mapas

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Para vivir ya no quiero mapas; los justos aquí y allá que alerten de algún precipicio innecesario y orienten la medida de un buen botiquín. Me fabriqué una brújula con restos de errores y aciertos, y me eché a la vida con pocas intenciones: la de amar, la de intentar, la de aprender y la de escribir. Cada cual en su viaje, las suyas.
Para vivir ya no quiero mapas, me distraen del camino. Cuando me pierdo, pregunto. Cuando me canso, me paro. Cuando el alma coge frío, pido refugio. Cuando alguien se pierde, le guío. Cuando alguien se cansa, le ayudo. Cuando tengo el corazón lleno, doy refugio.
Para vivir ya no quiero mapas, porque me dan igual los puertos o los destinos, que de qué me sirve a mí llegar a ningún lado si de camino, con las prisas, los miedos o los anhelos tontos, pierdo las intenciones: la de amar, la de intentar, la de aprender, la de escribir.

Libre.

Orquídeas en el Mercado de las Flores de Paris, 2006
Cuando sea mayor quiero ser libre. Para dar, aunque no me lo pidan. Para guardarme el tiempo y los besos, aunque me los pidan. Para que un pensamiento vuele por encima de cárceles y prisas. Para que una mirada diga lo que callo. Para vivir mi vida inventada en un despiste de la otra, la que llaman real. Libre para pedir ayuda, libre para prestarla. Para reírme del miedo, que se disfraza de tantas cosas tontas a lo largo de la vida. Libre para decir hola y adiós. Para amar, como si no hubiese un mañana, aquello que lo merezca. Para que el corazón dibuje fronteras sin dar explicaciones, o abra puertas a lo que le haga bien. Quiero ser libre para ejercitarme en las locuras que sea sensato cometer. Para no esperar ya un nosequé. Libre para atarme y desatarme de causas y personas según yo misma dicte sentencia. Libre para soñar. Para hacer silencio en el ruido, y risas en el silencio. Para ser poderosa y valiente, sin complejos. Libre para ser frágil y ponerme un traje de flor que cante delicadeza. Resulta que ya soy mayor. Y soy libre.
(fotografía de Jesús Tejel www.jesustejel.com)

El árbol que eres (Otoño)

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Desde que soy árbol, me gusta el otoño. Qué felicidad sacudirme hojas muertas, ideas que ya no valen, y todo aquello que no ha de volver. Que sea la calma la que diga adiós a la locura del verano. Un buen peeling al tronco, yoga con las ramas y estiro bien la copa, arriba y arriba, para que mire con gracia la luz y el cielo. ¡Vuelvo a ser ligero!
Desde que soy árbol, me gusta el otoño.

¿Dónde está tu ZENtro?

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¿Dónde está tu zentro? El ancla que te guarda de la deriva.
El hilo que sostiene la marioneta desmadejada.
El punto cero al que volver, cuando te pierdes.
Tu fuerza de gravedad; si la encuentras, no habrá pirueta en la vida que te destierre de lo que ya eres.