Ir de no-compras en el día de la no-madre

¿Soy la única mujer a la que no le gusta ir de compras? Ayer tarde salí decidida a romper el maleficio, y no encontré sino jerseys con agujeros (que alguien explique a los fabricantes que en Zaragoza a poco que sople el cierzo…), zapatos con dos metros de tacón (las que los llevan no viven en mi calle de dudoso embaldosado) y filas de gente que compraba jerseys con agujeros. Así que me fui al corte inglés. Ingenua. Algo extraño en la zona de libros… de repente todos los títulos eran algo así como «Cenicienta en tacones», «Los amores de Silvia», la novela romántica en primera plana.. libros de cocina y de cómo gestionar los sentimientos, mujeres que se abrazaban en la portada…¿qué ocurre??? Oh my God: el día de la madre. ¿Qué regalaba la gente hoy en día? Sin duda, algo original. Pues no. En la sección de cocina no le compraban una guía de vinos para darse un gustazo, sino un libro de infusiones. En la de perfumes un hombre iba perdido, tanteando uno de Britney Spears,
la de autoayuda estaba a rebosar, y lo mejor: esos libros pequeños de «Una madre es lo mejor», con frases bonitas y flores. Salí con poca fe en la raza humana, pensando que si yo fuera madre me gustaría que me regalaran una vueltecita en una Harley, una botellita de Moet Chandon, un libro de alguna diva gamberra o, en su defecto, (así mis hijos tuviesen cincuenta años…) un dibujo de «te quiero mamá», como los de antes de toda la vida que hacíamos en el cole. Eso es lo que le regalaría a la mía y, en vez de ir de no-compras, me la llevaba a la ribera con un sandwich y una caña, a celebrar lo que sea. Como yo dibujo fatal, se me ha ocurrido todo esto para felicitar a las amigas-mamis: queridas mías, hacer sopitas para los vuestros está bien pero nunca, nunca olvidéis que os merecéis una cata de vinos, una Harley o cualquier otra pequeña o gran aventura. Antes muertas que permitir que os regalen una batidora. !Felicidades!

El hombre y la máquina

Una empleada doméstica acudió a limpiar una nave con su novio. Al parecer el toro se estrelló solo contra la pared: esa chica era empleada de mi amigo, y el conductor invisible el novio que, en sus veinte, sintió el arrebato de montar una máquina que desconocía. Ay, amigos. !Cuanto podría escribir Freud sobre la relación del hombre y su coche!… el descapotable en los veinte, la castración del coche familiar en los treinta, el deseo del deportivo en los cuarenta y, finalmente, el que puede a los cincuenta se lo compra (y que le den a todo): el color, el tamaaaaaaño, las gafas de sol a juego. Cuando, en los cincuenta, no hay coche… siempre es buena la bici: adoro esos grupos de cincuentones en bici, así, ruidosos ellos, en busca del almuerzo de después: mejor la máquina que caminar, of course, eso es como de chicas ¿Qué es lo que pasa por la cabeza de un hombre ante la máquina? Creo que testosterona: algo que arreglar, algo que poseer, algo que dominar, comprarla.
Nada más duro para ellos que la lucha infructuosa contra el tornillo strongorf de ikea, nada más excitante que la posibilidad del nuevo modelo de taladro: su caja de herramientas, su tesoro. Debe haber algo en el adn que relaciona ese instinto con el de jamás preguntar si se pierden, o antes muerto que copiloto: para eso está esa otra máquina, reina entre las reinas, ¡¡¡el GPS!!!. Tiene que ser muy duro para ellos que las mujeres no llevemos incorporado uno, ni se nos pueda enchufar el taladro sin más, que no haya una aplicación de móvil que les diga lo que queremos (creedme, jamás sabemos lo que queremos realmente). No nos impresionan las gafas de sol, y el descapotable mola un ratito, pero preferimos un coche con buen motor, que la lavadora simplemente funcione y que no nos echen la culpa si nos hemos perdido mirando un mapa, porque a nosotras nos encanta preguntar: así hacemos nuevos amigos.

Especies humanas de la Ribera del Ebro

Queridos amigos de la fauna ibérica, muchas son las especies que pueblan la ribera maña, pero me fascina especialmente ese jubilado, caminante profesional, que anda abocado hacia delante con la camiseta a la cintura, ingeniero del bronceado perfecto. A su señora, con chándal y perlas, el pelo recién cardado de su sesión de peluquería semanal. Seguramente amiga de esa otra, un poco más joven, que agarra (en asfalto y llano)  dos palos de alta montaña. Madre ésta de las chicas que comienzan a correr no demasiado uniformadas (todavía no han sido contaminadas por el uniforme Decathlon), a las que le mira el trasero el dúo de corredores amigos (el corredor profesional está demasiado ocupado con su cronómetro y sus tiempos y, a diferencia del jubilado, no se quita la camiseta, aunque debería). Decathlonianos,
ciclistas de casco extraterreste y leggins inhumanas, hippies de bici y cesta, currantes de traje o tacón que biZicletean fuera de las rutas y te atropellan por detrás, ejércitos de patines, todos ellos me alegran el paseo trabajo-casa y casa-trabajo. Pero NINGUNO comparable a esa señor/a que llega tarde a trabajar, y se le escapa el autobús, y  a pesar de su lumbago SABEN que el bus de Zaragoza NUNCA ESPERA: les cambia la cara, de repente sus músculos se vuelven acero, sacan alas, zapatillas voladoras y emprenden su vuelo, capturan su objetivo y vuelven a su ser en un gesto evolutivo de destreza corporal que demuestra que TUZSA ha hecho mucho por la evolución de la especie maña. Darwin estaría orgulloso de ellos y yo los admiro por demostrarnos el verdadero espíritu YES, YOU CAN.

Antropología de las piscinas públicas

De cómo narramos las cosas las mujeres y los hombres. Nadar lo que es nadar… no sé si nado mucho. Pero hoy he aprendido algo. Ok, imaginemos primero una situación X: un señor no ha acudido a su clase de natación. Imaginemos luego la conversación en el vestuario de hombres-señores mayores sobre el tema. Hubiese sido algo así como «Fulanito no ha venido porque tenía conjuntivitis». Punto. Y luego, hubiesen hablado del partido del Barsa. ¿Sí? ¿Más o menos? Ok, pues lo que yo he vivido es la conversación real de ¡mis queridas señoras-andadoras-de-piscina! sobre la ausencia de fulanito. Primero han relatado el hecho objetivo, luego una, al parecer licenciada en todología (sabe de todo), ha deducido las causas de la conjuntivitis del sujeto, ha hecho un estudio comparativo con la conjuntivitis de su nuera debido a la pantalla del ordenador, conjuntivitis distinta de la del cloro, que (todas estaban de acuerdo) ha sido la causa de la del fulanito. Pero nada comparado con la conjuntivitis que sufrió en el pasado otra de ellas, terrible, qué pena no tener entonces teléfonos móviles para enviar las fotos de sus ojos por whatsap. Se han establecido diferentes corrientes de opinión, a voz alzada, sobre la asistencia irregular a clase
del fulanito con conjuntivitis, alguna ha dejado caer alguna situación familiar (con voz de misterio, como diciendo yo sé algo que vosotras no sabéis). En este punto yo ya me había cambiado para salir a nadar, pero he sentido curiosidad científica por la duración y alcance del tema. Después de un silencio dramático, una de ellas ha querido indagar sobre «esa situación familiar» (yo también tenía curiosidad, la verdad, ahí sentada con gorro ya en el banco de mi cabina). La narradora, sintiéndose protagonista, ha bajado la voz (que es lo que provoca que todavía pongas más atención al tema). Pero han entrado dos mujeres hablando de que les habían denegado las vacaciones (indignación) y no he podido escuchar el por qué ese triste hombre con conjuntivitis, pobre, faltaba tanto a clase de natación. Las señoras andadoras seguían hablando sin parar, compitiendo por sus dolores y desgracias, y me he ido a hacer unos largos pensando en que, para bien y para mal, las mujeres hablamos más. Y que si a un Reyes-hombre le hubiesen preguntado qué tal la natación, hubiese dicho: «bien». Y yo, pues cuento todo esto, lo que me aterra, porque pudiera ser la prueba de que tengo el gen de las señoras andadoras. Oh, my God!

Mafalda vuelve a correr

Después de un año y pico sin correr (a ver, ehhhhh, que yo de deportista lo que Mafalda en chándal), y una larga discusión ayer con el dependiente de la sección de deportes del corte inglés, porque no hay manera de conseguir ropa de running que te cubra los riñones (¿los riñones y el culo no son del cuerpo y no pasan frío?), rogué que Madonna se pusiera un día una sudadera larga y así se pondría de moda las cosas largas y cómodas (de los bikinis hablaremos en otro momento…). Bueno pues después de todo eso, mil gracias a los consejos de mi Pilar Martínez, las plantillas de Mónica Espeleta, y el recuerdo del cariño con el que mi amigo Javi me ayudó cuando empecé, esta mañana he vuelto a trotar un poco. Me he olvidado de correr a lo «chico habitante del ejército de Esparta» (la tengo muy grande, antes morir que parar, perder es «caca», yo voy a cazar el mejor mamut y la tribu me va a aplaudir,
competircompetircompetir, objetivoobjetivo, si corro más seré más), que es un poco lo que hacía antes. Liberada de esa actitud fálico-narcisista que es un rolloooo, he pensado que todo el mundo tenemos derecho a ser torpe en algo: parar-trotar-parar-trotar, mirar los árboles, agradecer, por Dios, !ese público fiel! del cincuentón ciclista que invariablemente piropea a nosotras mujeres de cuarentay (los de cuarentay están ocupados mirando a las de treintay). Básicamente, me he dedicado a ser feliz trotando como me pedía el cuerpo, harta de objetivos y retos vitales y, sabiendo que correr no es mi superpoder (son otros, que no cuento), reivindico mi derecho a ser torpe, correr a lo chica, llevar sudaderas que me tapen el culo, por favor, que se me enfría y pararme cuando quiera. El placer no tiene reglas. En fin y sobre todo: a correr y a la vida… con humor.